Editorial Sloper

literatura de la que dura

textos sobre Mar de Irlanda

1. Texto de Isabel Giménez Caro. 

2. Carlos Jover. Presentación del libro el 11 de abril de librería Literanta, Palma.


 

1. MAR DE IRLANDA por Isabel Giménez Caro

“Un libro debe ser el hacha para el mar helado de nuestro interior.” (F. Kafka, Carta a Max Brod)

“Quise describir ese mar y ese silencio y a ella. Mujer y silencio y el Mar de Irlanda al fondo” (Mar de Irlanda)

Podemos leer esta novela de dos maneras: de una manera absolutamente pura, dejándonos llevar por la cadencia, por la interna música del lenguaje y atendiendo sólo a aquellas señales luminosas que podamos reconocer o, como es más común en nuestro oficio, leerla intentando llenar las alusiones con kilogramos de información –tan fácil de buscar hoy día en internet, por otra parte-. En cualquier caso, desde una u otra lectura, este libro es un hacha para el mar helado de nuestro interior.

Igual que en medio del Mar de Irlanda se halla la Isla de Man, en medio de la Muerte está la literatura, y en medio de la literatura está el Planeta Lux, que no es un grupo de pop aunque lo parezca sino que tiene que ver con el mundo de las aspiradoras: las aspiradoras hacen limpieza, son máquinas que aspiran suciedad y que fueron inventadas a principios del siglo XX, en torno a 1912.

A principios del s. XX aparecen las vanguardias, con el surrealismo a la cabeza, las vanguardias que iluminarán y marcarán el signo de la literatura todo el siglo. Y en esta novela de Carlos Maleno encontramos un recorrido por esa literatura: Kafka como Padre: “La literatura es, siempre, una expedición a la verdad”, como soñado por Jorge Luis Borges (ultraísta, cuentista, laberíntico, el que habla del concepto "regresus in infinitum": Según Borges, Kafka es el primero en aplicarlo a la literatura. (tiempo y espacio): El tiempo y el relato.

Se van sucediendo los nombres de escritores –la escritura-la música- la escritura- (como esa música con la que da comienzo la novela y que nos recuerda el comienzo de La Grande Belleza).

Además de Kafka y Borges encontramos a Walser, Bolaño, Vila-Matas, Houellebecq, Philip Roth… Literatura europea y literatura americana. Novela. Sobre todo, cuentistas y novelistas: cuadernistas.

Pero este continuo juego de espejos se hace desde la nueva vanguardia de la literatura del siglo XXI: ése es el gran triunfo de esta novela:

“Nos acercamos a la verdad a través de alguien que escribe, pero esta se mueve con nosotros en un viaje realmente interminable, pues la verdad es la literatura misma, el fin y el medio que se mueve de forma perpetua y nosotros, pobres desgraciados, solo podemos aspirar a ser pequeños y humildes sucesores de Kafka.” (p.18)

La metaliteratura lleva al lector a un variado muestrario de múltiples formas de escribir, como una serie de muñecas rusas, como un palimpsesto que contiene y desborda la idea de un collage de la cultura (pop) del siglo XX. El lector encuentra relatos dentro del relato, cuadernos de escritores que sueñan con ser personajes y que sólo en la literatura encuentran su destino: La Muerte.

Un destino que es, a su vez, un ansia de futuro para poder darle sentido a la “Nostalgia del presente”, el magnífico poema de Borges que me parece que envuelve toda la novela.

            El hilo conductor de la novela no es otro que el mundo de los muertos soñados por un escritor que es la suma de los escritores de la historia de la literatura del siglo XX: (por eso la novela está escrita en primera persona del singular: Yo) el siglo marcado por la idea del mal, por la idea de la devastadora soledad del individuo: en la novela encontramos también tantas historias de amores imposibles como relatos: Elena o ‘Ella’, la Mujer de Ojos Verdes está viva y está muerta. Es soñada y proyecta sueños. (“Allí no hay nadie”, leemos en varias ocasiones: el amor desaparecido, la mujer inexistente) la soledad,  esa imposibilidad sólo puede paliarse a través de una escritura en la que la identidad queda indefinida en una serie de círculos que interseccionan continuamente el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.

Porque el autor de Mar de Irlanda juega continuamente con el sueño y con la muerte.

Nos habla de planetas, de mares, de destino, en definitiva: y al destino se llega viajando. El viaje del que habla Borges en “La flor de Coleridge” (Otras Inquisiciones): viaje al pasado y viaje al futuro, viaje al Paraíso. El/los protagonistas viajan constantemente. Un viaje, en ocasiones, que lleva del Sur al Norte, de la ciudad de Almería a la Ciudad de Piedra (Ourense) –siempre buscamos el agua-.

Este escritor que sueña los relatos y que viaja siempre con un cuaderno necesita máscaras: el yo se esconde –el yo desolado, no lo olvidemos- siempre en una máscara –la más llamativa, sin duda, es la de Felipe González y que tiene que ver con el humor que también encontramos en esta novela, no creo que pueda haber una novela en el siglo XXi sin esa pizca de humor, ya sabemos que la novela y la ironía han de ir, necesariamente, de la mano-. Pero hay momentos en los que la máscara se desgarra y aparece el eterno escritor náufrago para quien la luz será siempre la luz del cuadro “La Balsa de la Medusa”:

“Una tenue luz blanca que era exactamente igual a la que iluminaba a aquellos infelices en La Balsa de la Medusa” (p.119)

El autor, como hemos comentado, crea una constante intertextualidad que rompe con una bellísima prosa poética en la que la repetición –como mantras afónicos- es la que marca esa caída de la máscara. En el continuo relato –en el que es necesaria la máscara- se pasa del verbo ‘contar’ al verbo ‘ser’, del deseo a la realidad.

Así pues, todos son el mismo, todos son El Náufrago, como los de la Balsa de la Medusa, el Náufrago que busca una isla hecha de sucesos narrados, inexistentes y que a mí me lleva a recordar al personaje de 2666, el pequeño Hans Reiter, el niño que vive en el agua y que necesitará de una máscara, de un pseudónimo, Benno Von Archimboldi para vivir fuera de ella. El agua que, en tantas ocasiones, es nieve, como la que acogió a Walser cuando decidió morir.

Así, podemos adentrarnos en este Mar de Irlanda, atrevernos en este luminoso viaje que nos brinda Carlos Maleno en esta novela llena de tablas de madera a las que aferrarse mientras no veamos a lo lejos la posibilidad de alguna isla.

 

 2. MAR DE IRLANDA, por Carlos Jover

Lo que resultaría sin duda sorprendente, una extravagancia incluso, sería que en la presentación de un libro el presentador, en lugar de encomiarlo y recomendarlo, refiriendo todas sus bondades, señalando sus múltiples aciertos, advirtiendo del error que cometerá cualquiera de los que están presentes en el acto -y que por tanto ya tienen así esa buena información- si no lo compra inmediatamente, se dedicara en cambio a perdonar la vida al autor (y de paso a los asistentes, equivocados en la dedicación de su tiempo al menos en ese momento), transigiendo un poco con las penurias y mediocridades del libro, insalvables para él, y terminando por recomendar cualquier otra actividad, incluso alguna de aquellas que nada tienen que ver con la lectura, antes que la de seguir invirtiendo su tiempo en el libro que tenía como misión presentar. Resultaría sorprendente, sí, y tal vez no haya ocurrido nunca. Por eso mismo, ante tales previsiones, ante tal cúmulo de certidumbre, uno no puede sino rebelarse cuando se le pide que presente un libro de un autor novel, su primer libro, un autor además al que no conoce (y que conocerá, como así ha sido el caso, en el mismo acto de la presentación), y retarse a sí mismo a arrinconar la subjetividad y las obligaciones personales respecto al editor emitiendo un juicio del libro totalmente libre, que para eso esas dos palabras, libro y libre, se parecen tanto y tanto tienen que ver con el espíritu que ha de marcar la verdadera literatura. Así que armado con tales razones, forzándome a no tener que seguir el patrón establecido para una presentación que me obligase a una infausta impostura, me puse a leer “Mar de Irlanda”, de Carlos Maleno, y para desgracia de mis propósitos, que ya digo trataban de sacar de lo consabido la sufrida tarea de la presentación de libros, me encontré que estaba ante una…verdadera joya literaria de inestimable valor, y lo que es más llamativo, y paradójicamente en una presentación ajustada a no seguir como decía el tópico, me encontré que estaba ante un escritor enorme, un grandísimo escritor que está, ahora mismo, comenzando a emerger hacia la zona de visibilidad literaria que creo ya nunca abandonará.

Carlos Maleno es una bestia literaria, un fenómeno de la Naturaleza Narrativa, uno de esos prodigios que aparecen muy pocas veces cada siglo, en fin, y lo voy a decir sin complejos: Carlos Maleno es el escritor que tal vez todos estábamos esperando desde que muriera Roberto Bolaño en 2003. Sí, ya lo sé, he pasado de un extremo al otro en cuestión de segundos, pero qué le voy a hacer si la prosa de Carlos Maleno me ha arrastrado sin dejarme un minuto para respirar, ha hecho de mí lo que le ha dado la gana, me ha llevado al rincón más oscuro para golpearme hasta dejarme inconsciente y luego me ha subido a la azotea, junto a las nubes, con la historia más surrealista que uno pueda imaginar (bueno, en realidad con la historia más absurda que uno ni siquiera pueda imaginar), rebosante de imágenes y escenas inverosímiles, dejando que al final me elevara por el aire como lo hace un globo cuando se suelta el cordón con  el que se lo tiene cogido.

“Mar de Irlanda” es un libro inclasificable pese a que Román Piña, su editor, lo llama en la contraportada “una novela disfrazada de libro de relatos en los que todo está conectado”. Relatos sí que los hay, a decenas, y son tan potentes, están escritos con tanta capacidad de arrastre narrativo que al lector le da igual si forman un conjunto homogéneo con una trama subterránea global o no; lo que el lector quiere cuando lee “Mar de Irlanda” es que el libro no se acabe nunca, que Carlos Maleno no deje de hablarnos y de contarnos historias jamás, que la literatura (esa literatura, que es la gran literatura) sustituya a la vida, a nuestra vida; que leer sea desde entonces nuestra única actividad y que todo el resto quede sumergido bajo el oscuro mar de Irlanda.

Carlos Maleno alcanza tal extremo de control del proceso de avance y retroceso de sus historias que se permite incluso personarse en el mismo interior del texto, llegándote a hablar en infinidad de ocasiones como escritor que ser dirige sin contemplaciones al lector, su esclavo feliz, sin preocuparle que por ello éste último deje de sufrir la hipnosis de la lectura y se salga del libro. Tal es su maestría, tal la magia que despliega en su prosa vertiginosa, que siendo totalmente evidente ese mecanismo de comunicación diríamos que casi extra literario o cuanto menos contrario al espíritu de una novela, no por ello dejamos de seguir sumergidos en su mar irlandés.

Ese tipo de traslación, en la que la voz que narra deja de ser inocente y se convierte en la del escritor, es un fenómeno post moderno que otros autores también han intentado, pocas veces con éxito (ahora me viene a la memoria el que quizá sea el último caso conocido, el del chileno Alejandro Zambra, que sí que lo ha conseguido perpetrar con cierta comodidad, hasta el punto que casi se ha convertido en él en un rasgo propio de su estilo).

Las imágenes que construye Carlos Maleno, las escenas inverosímiles que por respeto a los lectores no voy aquí ni siquiera a mencionar, son poderosamente estrambóticas, y vienen llenas de capas de humor y de todo tipo de referencias, tanto culturales como sociales, a la música underground o a la política tomada como una rama muy dinámica de la ciencia-ficción. Pero todo nos resulta creíble, evidente en sus manos, casi obvio y siempre brillante. Si ahora que lo conozco me llega a confesar, tras la lectura de “Mar de Irlanda”, que en realidad pertenece al planeta Lux, como alguno de los personajes, yo desde luego estoy dispuesto a creérmelo. Faltaría más. Si lo dice Carlos Maleno, para mí ya basta.

En fin, no quiero robar más tiempo al autor para que nos hable y lo podamos conocer. Y además, teniendo aquí al lado al insigne crítico José María Nadal Suau, lo mejor que uno puede hacer es callarse y escuchar. Pero sólo para terminar quería dar la más sincera y encendida enhorabuena a Román Piña, el editor con el mejor olfato que existe (no olvidemos que fue el que primero premió, en el premio Cafè Món, al ahora archiconocido Agustín Fernández Mallo con su “Creta Lateral Travelling”), por haber acertado en encontrar el diamante entre tanto grano de arena de esta inmensa playa. ¡Enhorabuena, Román! ¡Y enhorabuena Carlos por este extraordinario libro! ¡Que vengan muchos más!